Dolor ¿Enemigo o aliado?
Todos hemos sentido dolor alguna vez, y, desde luego, no es una sensación nada reconfortante, de la que todos queremos deshacernos, pues su única utilidad es hacernos sufrir… o no.
A lo largo de nuestras vidas, siempre hemos relacionado el dolor con algo “malo”, con enfermedades, lesiones e incluso con debilidad, pues sigue existiendo en algunas esferas esa creencia de que el dolor es para débiles: NO PAIN, NO GAIN.
Sin embargo, el dolor tiene una utilidad fisiológica. Sí, sirve para algo, y como profesional de la sanidad te diría que sirve para mucho.
¿Qué es el dolor?
El dolor forma parte de un exquisito sistema de alarma que hemos desarrollado a lo largo de nuestra evolución.
Ya en otros post hemos hablado del sistema nervioso y de la gran relevancia de la información sensorial. Nuestro sistema nervioso posee una serie de fibras, que están formadas por receptores sensitivos, encargados de percibir todos los cambios de nuestro entorno y del interior de nuestro propio cuerpo.
Esos cambios pueden suponer un peligro para nuestro bienestar, poniendo en marcha el sistema de alarma, generando la sensación dolor que avisa al cerebro de que hay algo que podría ser peligroso para nuestro cuerpo.
Pero estas señales de alarma no dependen solamente de los receptores sensitivos de nuestra piel, que detectan los cambios de temperatura o presión, por ejemplo. Gran parte de los sensores de nuestro sistema de dolor se encuentran en el cerebro, y están especializados en detectar cambios químicos, lo que hace que incluso un pensamiento pueda activar el dolor.
¿No lo crees?
¿No te ha pasado alguna vez que con solo ver o pensar en alguien fracturándose un pie parece que hasta te duele? Pues esa es la magia del dolor.
Las señales de alerta son enviadas al sistema nervioso central, y aquí, en base a nuestra memoria y nuestra experiencia, el cerebro evalúa qué ocurre y cómo va a actuar ante ello.
En este punto, se pueden poner en marcha el sistema nervioso simpático, el sistema musculoesquelético o el sistema endocrino, por ejemplo, para dar respuesta a la necesidad de huir o evitar esa situación de peligro a la que nos enfrentamos.
Sin embargo, todos conocemos a alguien que no siente nada de dolor al darse un golpe tremendo, o que está recuperado de una lesión física pero sigue teniendo dolor, o que no tiene lesión alguna y el dolor lo acompaña día a día.
¿Qué ocurre en estos casos?
El dolor es algo normal, es un sistema de aviso para que nuestro cerebro de importancia a algo.
Aquellas personas que no sienten dolor alguno, son casos excepcionales, pero casos realmente importantes, ya que en algún punto su sistema no funciona adecuadamente, poniéndolos en peligro ya que no son capaces de detectar qué puede hacerles daño.
Pero, en el lado opuesto, tenemos a las personas que se han recuperado de una lesión y siguen sintiendo dolor. En este caso, su cerebro ha determinado que el peligro no ha finalizado, por lo que el dolor es una forma de seguir protegiendo tu cuerpo.
¿Y las personas que no tienen lesiones físicas?
En estos casos, el proceso puede ser un poco más complicado, y algunas creencias y comentarios del entorno pueden hacer que sea más difícil todavía. “Tu dolor no es real, no tienes nada”, “todo está en tu cabeza”, “¡Qué exagerado! Si yo estoy peor que tú”, son pensamientos habituales que dificultan aún más la comprensión del dolor.
Las personas que aparentemente no tienen lesiones pero conviven con dolor, han sufrido cambios en su sistema de alerta del dolor en algún momento. Por lo que no todo está en su cabeza, si sienten dolor es que algo ocurre.
Cada caso es diferente y hay que valorarlo individualmente, pero, en general, puede haber una alteración en el funcionamiento de las estructuras encargadas de informar sobre las situaciones de peligro, o de procesar dicha información, lo que hace que el cerebro reciba información de peligro cuando no lo hay, o de un peligro muchísimo mayor al real.
Esta situación puede crear cambios en la forma en la que cerebro reacciona ante una situación de peligro, lo que, a largo plazo, hace que esa señal de alarma sea permanente, es decir, el dolor se cronifica.
¿Y esto puede cambiar?
Pues sí, afortunadamente sí.
Igual que el cerebro cambia su funcionamiento ante la información distorsionada, también puede volver hacia un procesamiento adecuado de la información y una respuesta adecuada ante el peligro.
Por otra parte, también hay evidencia de que nuestros sensores son reemplazados constantemente, viven pocos días, lo que hace que nuestra sensibilidad cambie constantemente. Por eso no siempre sentimos igual.
El dolor puede parecer un mundo muy complejo, pero en realidad debemos ser conscientes de que es una respuesta normal de nuestro organismo, muy necesaria para la supervivencia.
Cada experiencia de dolor es única, cada cerebro interpreta las situaciones de una forma diferente, somos únicos para todo.
Es por ello que comprender el dolor es la mejor forma de llevarlo adecuadamente y combatirlo, dejar de verlo como nuestro enemigo y convertirlo en nuestro aliado.
#Saluteca